Latinoamérica está viviendo una de las mayores crisis migratorias silenciosas de su historia reciente. Millones de ciudadanos están abandonando sus países no solo por motivos económicos, sino por razones profundamente políticas: persecución, inseguridad, falta de oportunidades y el colapso de los servicios públicos bajo regímenes de izquierda que han demostrado ser profundamente incapaces de garantizar condiciones mínimas de vida.
Detrás de cada migrante hay una historia de frustración con modelos que prometieron justicia social, pero entregaron represión, hambre y desesperanza. Mientras tanto, los países que han optado por gobiernos liberales y favorables al mercado —como República Dominicana o Paraguay— gozan de estabilidad y crecimiento, y sus ciudadanos no huyen: regresan o se quedan.
Venezuela: el caso más trágico del experimento socialista
Con más de 7.7 millones de personas desplazadas fuera del país, Venezuela se ha convertido en el segundo mayor éxodo del mundo, solo por detrás de Siria. El modelo del “Socialismo del siglo XXI”, impulsado por Hugo Chávez y prolongado por Nicolás Maduro, ha transformado una de las economías más ricas de América en un infierno de hiperinflación, escasez, violencia y represión.
Los testimonios de los migrantes venezolanos son desgarradores: madres que cruzan fronteras con bebés en brazos, jóvenes universitarios que terminan lavando platos en el exterior, profesionales que escapan para no morir en hospitales sin insumos. Todo esto mientras la élite chavista vive entre lujos, protegida por una red de poder militar, político y judicial. ¿Y la izquierda latinoamericana? Casi siempre silenciosa, cómplice o directamente admiradora de ese modelo.
Nicaragua: represión, exilio y silencio cómplice
Desde que Daniel Ortega volvió al poder en 2007, Nicaragua ha sufrido un proceso de autoritarismo creciente que culminó con la persecución de periodistas, opositores y líderes religiosos, incluyendo el encarcelamiento y exilio de varios precandidatos presidenciales.
Más de 500.000 nicaragüenses han emigrado en los últimos cinco años, en gran parte hacia Costa Rica y Estados Unidos. ¿El motivo? Miedo al régimen y la imposibilidad de desarrollarse en un país donde disentir es un delito. La izquierda internacional, en lugar de denunciarlo, sigue justificando estas dictaduras bajo el pretexto de “antiimperialismo”.
Cuba: la fuga perpetua del “paraíso revolucionario”
Cuba ha sido una fábrica de migrantes desde 1959. Desde el Mariel hasta la reciente oleada de balseros, los cubanos han hecho lo imposible por escapar del comunismo castrista. Solo en 2023, más de 300.000 cubanos llegaron a Estados Unidos, la mayoría por la frontera sur, huyendo del hambre, la censura y la falta total de oportunidades.
Paradójicamente, es uno de los países que la izquierda continental más idolatra, presentándolo como ejemplo de “resistencia” mientras el pueblo vive reprimido y en condiciones de subsistencia. Los hijos de los dirigentes estudian en Europa; el pueblo, sobrevive con una libreta de racionamiento.
Honduras: la izquierda regresa, y también la migración
Desde la llegada al poder de Xiomara Castro, respaldada por el partido Libre y por sectores alineados con el Foro de São Paulo, la migración desde Honduras ha aumentado notablemente. Las promesas de cambio quedaron en populismo barato, mientras la economía se estanca, crece la corrupción y el crimen organizado mantiene su dominio territorial.
Miles de hondureños, especialmente jóvenes, siguen uniéndose a las caravanas que atraviesan Guatemala y México con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Un fenómeno que muestra cómo la narrativa “progresista” pierde rápidamente credibilidad cuando se enfrenta con la realidad.
El contraste: Paraguay y República Dominicana, modelos de estabilidad
Mientras millones huyen de los regímenes de izquierda, hay países que no sólo no pierden población, sino que atraen inversión y migración regional. Tal es el caso de Paraguay, donde la estabilidad económica, el respeto por la propiedad privada y una política fiscal ordenada han convertido al país en un imán para empresas agrícolas, financieras y tecnológicas.
Lo mismo ocurre con República Dominicana, cuyo modelo de desarrollo mixto —basado en apertura comercial, promoción del turismo y respeto a las libertades económicas— ha generado estabilidad, crecimiento del empleo y retorno de sus migrantes. ¿La diferencia? Gobiernos que entienden que el éxito económico viene del mercado, no del control estatal.
Colombia: un espejo que debe evitar romperse
Colombia ha sido durante años un ejemplo regional de cómo se puede mantener un país en democracia, con libertad económica y seguridad institucional, pese a los desafíos. Los gobiernos de derecha —como los de Álvaro Uribe e Iván Duque— promovieron inversión, protegieron la independencia del Banco de la República y evitaron que Colombia cayese en los extremos populistas de la región.
Sin embargo, con la llegada de Gustavo Petro, se han encendido todas las alarmas: reformas fallidas, desincentivo a la inversión, acercamiento ideológico a Venezuela y polarización social. Si Colombia cae en el populismo de izquierda, la migración no será sólo hacia Estados Unidos, sino dentro del mismo continente.
Conclusión
La izquierda latinoamericana ha vendido por años un relato de justicia social, solidaridad y soberanía. Pero los hechos lo contradicen: los pueblos votan con los pies, y millones de ellos están huyendo precisamente de los regímenes que predican igualdad, pero siembran miseria.
Frente a esto, se hace urgente defender modelos que funcionen: gobiernos que respeten al ciudadano, promuevan el trabajo, garanticen libertades y fortalezcan las instituciones. Menos promesas ideológicas, más resultados concretos.
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