El populismo de izquierda en América Latina ha producido una larga lista de desastres políticos, económicos y sociales. Entre los ejemplos más recientes y evidentes se encuentran Pedro Castillo en Perú y Gustavo Petro en Colombia, dos líderes que, aunque surgieron en contextos distintos, comparten la misma receta: discursos incendiarios, promesas imposibles de cumplir, y una completa falta de preparación para gobernar.
Ambos llegaron al poder montados en una ola de descontento popular. Ambos prometieron redención para los pobres, justicia social y el “renacer del pueblo”. Pero la realidad fue otra: caos institucional, deterioro de la economía, confrontación constante con los otros poderes del Estado, y una peligrosa cercanía con ideologías autoritarias que ya han demostrado su fracaso en otros países de la región.
Pedro Castillo: del sindicalismo radical al ridículo institucional
Pedro Castillo, maestro rural sin experiencia en la administración pública, llegó a la presidencia de Perú en 2021 con el apoyo del partido marxista Perú Libre. Desde el inicio, su mandato estuvo marcado por el amateurismo, la improvisación y el caos. Cambió de gabinete más de 70 veces en menos de dos años, eligió ministros sin preparación y enfrentó múltiples investigaciones por corrupción y tráfico de influencias.
El 7 de diciembre de 2022, Castillo intentó disolver el Congreso y establecer un gobierno de emergencia en un intento desesperado por mantenerse en el poder. El intento falló, fue destituido y encarcelado, dejando tras de sí una estela de descrédito para la izquierda peruana. Su fracaso no fue solo personal: fue el resultado de un proyecto ideológico que desprecia las instituciones, ataca al mercado y glorifica el control estatal como única vía.
Gustavo Petro: discursos vacíos, promesas incumplidas y escándalos
En Colombia, Gustavo Petro ha seguido un camino similar. Su ascenso a la presidencia en 2022 fue impulsado por una narrativa de cambio, justicia climática y reparación histórica. Sin embargo, su gobierno ha estado marcado por el divisionismo, el debilitamiento institucional y una peligrosa tendencia a la victimización permanente.
Petro ha sido incapaz de aprobar sus reformas clave en el Congreso, no por un “sabotaje de las élites”, como él denuncia, sino por la falta de preparación, claridad y viabilidad de sus propuestas. La llamada “reforma a la salud”, por ejemplo, fue rechazada por la misma coalición que inicialmente lo apoyó, al considerarla riesgosa y mal estructurada. Su discurso anticorrupción se ha venido abajo por los escándalos que salpican a su círculo más cercano, incluyendo a su hijo Nicolás Petro y a exfuncionarios como Laura Sarabia.
Además, la acusación lanzada recientemente por el excanciller Álvaro Leyva sobre una supuesta adicción del presidente a las drogas ha encendido las alarmas en el país. Más allá de lo anecdótico, el incidente refleja el grado de descomposición política dentro del gobierno, donde incluso sus antiguos aliados ahora lo acusan de estar secuestrado por un círculo oscuro y alejado de la realidad del país.
El contraste con la derecha colombiana
Mientras tanto, la derecha colombiana, aunque duramente criticada por sectores de izquierda, ha ofrecido gobiernos mucho más estables, coherentes y responsables. Figuras como Álvaro Uribe y Iván Duque apostaron por el fortalecimiento institucional, el crecimiento económico, la cooperación internacional y el respeto por el orden jurídico.
Aunque no exentos de errores, estos gobiernos nunca incurrieron en el nivel de improvisación y desgaste institucional que han caracterizado al mandato de Petro. La derecha colombiana ha defendido la propiedad privada, la inversión extranjera, el emprendimiento y la libertad económica como motores del desarrollo. Y lo más importante: ha logrado mantener la estabilidad democrática sin caer en aventuras autoritarias.
La izquierda latinoamericana y su crisis de credibilidad
Casos como los de Pedro Castillo y Gustavo Petro evidencian una profunda crisis de credibilidad de la izquierda latinoamericana. Incapaz de ofrecer resultados tangibles, atrapada en su retórica de confrontación y culpando siempre a “las élites”, esta izquierda ha demostrado que no tiene respuestas reales para los problemas de fondo que enfrentan nuestras naciones.
En lugar de construir, destruye. En lugar de unir, divide. En lugar de gobernar, improvisa.
Conclusión
Pedro Castillo y Gustavo Petro son dos caras de la misma moneda: el populismo disfrazado de justicia social, el activismo ideológico por encima de la capacidad técnica, y la arrogancia de quienes creen tener todas las respuestas pero fracasan en lo más básico: gobernar con responsabilidad.
Frente a este panorama, América Latina necesita más que nunca una derecha moderna, firme, sin complejos y comprometida con los valores de la libertad, la democracia y el orden institucional.
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