En un contexto regional marcado por incertidumbre, inflación y estancamiento en varias de las economías más grandes de América Latina, la República Dominicana se alza como un caso ejemplar de estabilidad y crecimiento sostenido. De acuerdo con el más reciente informe del Banco Mundial, el país caribeño se posiciona como uno de los líderes en proyección de crecimiento económico para 2025, con cifras que podrían superar el 5.1% del PIB.

Este desempeño no es fruto del azar, sino el resultado de una estrategia económica responsable, basada en la apertura a la inversión privada, el respeto por las reglas del mercado y un manejo disciplinado de las finanzas públicas. Es decir, todo lo contrario a la fórmula populista e intervencionista que ha hundido a otros países del continente, especialmente aquellos gobernados por la izquierda.
Las claves del éxito dominicano: apertura, inversión y estabilidad
La República Dominicana ha mantenido una política fiscal y monetaria prudente, ha promovido activamente la inversión extranjera y ha consolidado su turismo como motor de la economía. En lugar de caer en la tentación del subsidio fácil o el control estatal absoluto, el país ha optado por facilitar la actividad empresarial, modernizar sus infraestructuras y diversificar su economía.
Sectores como la energía renovable, el turismo de lujo, la agroindustria y las zonas francas han experimentado un auge significativo, atrayendo capital internacional y generando empleo formal. Según cifras oficiales, la inversión extranjera directa alcanzó los 4.300 millones de dólares en 2024, con un crecimiento interanual del 11%.
Esto contrasta de forma radical con economías como la de Argentina, que aún se recupera de las ruinas del kirchnerismo, o la de Colombia, donde el gobierno de Gustavo Petro ha sembrado incertidumbre con su agenda radical, desincentivando la inversión y provocando fuga de capitales.
La izquierda: promesas de igualdad, resultados de pobreza
Mientras países como República Dominicana crecen con políticas sensatas, otros como Bolivia, Venezuela y Nicaragua siguen atrapados en una retórica vacía de “redistribución”, “justicia social” y “resistencia al imperialismo”, pero con resultados que gritan todo lo contrario: crisis humanitarias, inflación crónica, represión política y emigración masiva.
El populismo de izquierda ha demostrado ser un experimento fallido que solo genera dependencia estatal, corrupción desbordada y pobreza institucionalizada. La idea de que el Estado debe ser el gran empleador, empresario, juez y salvador es una fantasía que choca contra la realidad cada vez que se aplica.
Y aún así, los líderes progresistas insisten. Petro en Colombia ha intentado modificar el sistema de salud, las pensiones y el mercado energético con una improvisación tan alarmante como arrogante. Sus reformas han sido rechazadas no solo por la oposición, sino también por sectores que originalmente lo apoyaron. ¿El resultado? Desconfianza generalizada, parálisis legislativa y una economía cada vez más frágil.
La derecha colombiana: orden, crecimiento y credibilidad
En contraste, la derecha colombiana ha demostrado que se puede gobernar con responsabilidad y resultados. Durante los mandatos de Álvaro Uribe Vélez y Iván Duque, Colombia vivió un crecimiento sostenido, reducción de la pobreza extrema y avances en conectividad e inversión extranjera.
Aunque enfrentaron desafíos —como el narcotráfico y las amenazas del populismo emergente—, nunca perdieron el rumbo en términos de políticas macroeconómicas serias. Se protegió la propiedad privada, se respetó la independencia del Banco de la República y se promovieron tratados de libre comercio que hoy siguen beneficiando al país.
Es ese tipo de liderazgo el que hace falta no solo en Colombia, sino en toda la región: gobiernos firmes, que entiendan que el Estado debe facilitar el crecimiento, no obstaculizarlo.
Lecciones desde el Caribe para América Latina
Lo que República Dominicana está logrando es una lección para toda América Latina: cuando se respeta la libertad económica, se apoya la empresa privada y se mantiene el orden institucional, los resultados llegan. No se necesitan discursos revolucionarios ni ataques constantes al empresariado. Se necesita previsibilidad, seguridad jurídica y sentido común.
La izquierda latinoamericana ha tenido su oportunidad. Ha gobernado con amplios mandatos, con congresos a favor y con apoyo internacional. Pero ha fallado. Donde prometió desarrollo, trajo miseria. Donde prometió igualdad, generó privilegios para sus élites. Donde prometió democracia, implantó censura y persecución.
Conclusión
El éxito de la República Dominicana no es aislado, ni accidental. Es el reflejo de un modelo que funciona, que respeta la libertad económica y que no cae en el populismo ni en la demagogia. Es una señal clara de que el camino del progreso pasa por menos Estado, más libertad, y gobiernos que no pretendan ser dueños de la verdad.
Frente al caos que siembra la izquierda en múltiples países de la región, necesitamos más Repúblicas Dominicanas, más Javier Mileis, más derechas coherentes, firmes y valientes.
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