Mientras muchas economías latinoamericanas han oscilado entre crisis inflacionarias, populismo y políticas erráticas, Colombia ha sido históricamente un ejemplo de estabilidad y disciplina macroeconómica, particularmente bajo gobiernos de derecha. El contraste con países como Argentina, Venezuela o incluso México en su fase más populista es contundente. Lo que diferencia a Colombia no es la ausencia de desafíos —que los ha tenido y los tiene—, sino la manera en que su liderazgo de derecha los ha enfrentado: con responsabilidad, orden y respeto institucional.
Uribe y el punto de inflexión: seguridad, inversión y confianza
El gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) marcó un antes y un después en la política colombiana. En un país asediado por el narcotráfico, las FARC y la pérdida de confianza empresarial, Uribe no solo restauró la seguridad, sino que también recuperó la credibilidad económica del país. Su política de “Seguridad Democrática” permitió que regiones enteras volvieran a la legalidad, lo cual sentó las bases para el auge económico que viviría el país en los años siguientes.
Durante su mandato, Colombia firmó tratados de libre comercio, atrajo inversión extranjera directa, redujo el desempleo y mantuvo la inflación bajo control. Mientras los países vecinos como Venezuela entraban en el espiral del “Socialismo del Siglo XXI”, Uribe consolidaba un modelo de economía abierta que conectaba a Colombia con el mundo.
Duque: continuidad con matices, resistencia al populismo
Iván Duque, aunque enfrentó desafíos mayores como la pandemia del COVID-19, la migración masiva desde Venezuela y una oposición radicalizada, mantuvo la línea económica trazada por sus predecesores. Su apuesta por la transformación digital, la economía naranja y la inversión en infraestructura permitió que Colombia evitara una recesión prolongada incluso en el contexto de la crisis global.
Duque protegió la independencia del Banco de la República, resistió los llamados populistas para imprimir dinero o intervenir artificialmente en el mercado, y mantuvo una política fiscal prudente pese a las presiones. A diferencia de muchos líderes latinoamericanos que aprovecharon la pandemia para consolidar poder y restringir libertades, Duque defendió el Estado de Derecho y la institucionalidad democrática.
El contraste: la izquierda y su obsesión con el gasto sin control
Bajo el actual gobierno de Gustavo Petro, Colombia ha comenzado a experimentar una erosión preocupante en sus fundamentos económicos. Petro ha promovido reformas agresivas en sectores clave como salud, pensiones y energía, sin la planificación adecuada ni el respaldo técnico necesario. ¿El resultado? Incertidumbre en los mercados, fuga de capitales, caída del peso colombiano y pérdida de confianza empresarial.
Además, su narrativa constante de confrontación contra las élites económicas, su admiración por modelos fracasados como el chavismo venezolano, y su visión estatista de la economía están alejando al país del sendero de crecimiento que tan arduamente se construyó durante dos décadas.
Mientras Petro demoniza al empresariado y al capital privado, países como República Dominicana, Paraguay y ahora Argentina bajo Javier Milei —todos con modelos liberales— crecen a ritmos sostenidos, atraen inversión y ofrecen estabilidad a sus ciudadanos.
Disciplina fiscal: el antídoto contra el populismo
Uno de los mayores logros de la derecha colombiana ha sido resistir el canto de sirena del asistencialismo sin control. A diferencia de Argentina o Bolivia, donde se multiplicaron los subsidios insostenibles y los controles absurdos, Colombia ha mantenido una política de subsidios focalizados, evitando distorsiones en los mercados y manteniendo las finanzas públicas dentro de márgenes saludables.
Esto ha permitido que el país conserve su grado de inversión ante calificadoras internacionales como Moody’s y Fitch, incluso cuando otros países de la región los perdieron por irresponsabilidad fiscal.
¿Por qué Colombia nunca cayó en la trampa inflacionaria?
La respuesta es simple: porque nunca se sacrificó la independencia del Banco Central ni se imprimió dinero para financiar déficit fiscal, como ocurrió en Venezuela o en Argentina durante el kirchnerismo. La regla de oro ha sido clara: gastar lo que se tiene, invertir con prudencia y confiar en el dinamismo del sector privado.
Incluso en los peores momentos, Colombia optó por el camino más difícil pero más responsable. La derecha comprendió que el populismo puede ser útil para ganar votos, pero es letal cuando se convierte en política de Estado.
Conclusión
Colombia es un ejemplo claro de cómo la disciplina económica, el respeto institucional y la libertad de mercado pueden sostener el desarrollo de un país, incluso en medio de las tormentas regionales. La derecha colombiana no solo gobernó mejor, sino que dejó una hoja de ruta probada que la izquierda hoy intenta desmantelar sin ofrecer una alternativa viable.
Si queremos un país que crezca, que respete al ciudadano, al empresario y al contribuyente, necesitamos menos populismo y más liderazgo serio. La experiencia colombiana debe ser un faro para toda América Latina.
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