Durante las últimas dos décadas, Argentina ha sido uno de los laboratorios más evidentes del uso sistemático de los medios de comunicación como arma política por parte de la izquierda. Bajo el kirchnerismo —liderado por Néstor Kirchner y profundizado por su esposa, Cristina Fernández de Kirchner— se gestó una estrategia de control narrativo que tuvo como blanco principal a la prensa independiente y como objetivo final la manipulación del discurso público.
La “batalla cultural” que tanto reivindican desde el progresismo argentino fue, en realidad, una guerra declarada contra la libertad de prensa y la pluralidad informativa.
La Ley de Medios: la excusa perfecta para silenciar disidentes
Uno de los momentos más oscuros de esta ofensiva fue la implementación de la llamada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en 2009, conocida popularmente como la Ley de Medios. Promovida por el kirchnerismo como una supuesta herramienta para democratizar la información, la ley terminó siendo una mordaza disfrazada: se utilizó para hostigar a medios no alineados, condicionar licencias y ahogar económicamente a quienes se resistían al relato oficial.
El caso más emblemático fue el del Grupo Clarín, uno de los conglomerados mediáticos más importantes del país. El kirchnerismo convirtió a Clarín en su enemigo número uno, y orquestó una campaña de desprestigio sin precedentes: desde cadenas nacionales con ataques directos hasta afiches en la vía pública acusando al medio de “mentiroso” y “destituyente”. Mientras tanto, se premiaba con publicidad estatal a medios aliados como Página/12 o la TV Pública.
Alberto Fernández y la continuidad del modelo oficialista
Con la llegada de Alberto Fernández al poder en 2019 —impulsado por Cristina Kirchner como vicepresidenta— la política de medios no solo no se moderó, sino que se profundizó. Durante la pandemia, el gobierno utilizó la emergencia sanitaria para concentrar aún más el poder comunicacional: desde cadenas obligatorias con propaganda, hasta restricciones indirectas a periodistas que cuestionaban las medidas del Ejecutivo.
El relato fue nuevamente la prioridad. No importaban los datos, la transparencia o el pluralismo. Lo fundamental era sostener el control sobre lo que se decía, cómo se decía y quién lo decía.
Javier Milei: una nueva etapa de libertad y confrontación al relato único
Frente a este panorama de manipulación sistemática, la llegada de Javier Milei a la presidencia en 2023 marcó un punto de inflexión. Milei, un economista libertario y férreo defensor de la libertad individual, ha enfrentado con contundencia la narrativa kirchnerista y ha prometido restaurar la libertad de prensa como pilar de la democracia argentina.
En sus primeros meses de gobierno, Milei ha reducido radicalmente el gasto en publicidad oficial, poniendo fin al mecanismo clientelista que durante años sirvió para sostener medios militantes. Ha sido claro: el Estado no debe financiar relatos, ni premiar la lealtad mediática con fondos públicos. Además, ha defendido con vehemencia a periodistas independientes que siguen siendo hostigados por sectores radicalizados del peronismo.
Milei entiende que sin libertad de expresión, no hay república, y su gobierno se ha transformado en un contrapeso frontal a la hegemonía discursiva que el kirchnerismo intentó consolidar.
La derecha colombiana y el respeto por la prensa libre
El ejemplo de Argentina sirve para contrastar con lo vivido en Colombia. Aunque con tensiones naturales entre poder y prensa, los gobiernos de derecha en Colombia —como los de Álvaro Uribe e Iván Duque— nunca implementaron estrategias para silenciar a la oposición mediática.
Uribe, pese a haber sido blanco de ataques constantes de medios críticos, jamás promovió leyes para censurarlos ni utilizó recursos del Estado para comprar voluntades editoriales. Duque, por su parte, mantuvo un diálogo abierto con todos los sectores, incluyendo a los más críticos, y respetó la independencia de los medios públicos y privados.
Esa es la diferencia sustancial: mientras la izquierda utiliza la comunicación como herramienta de dominación ideológica, la derecha liberal-conservadora en Colombia ha demostrado que se puede gobernar sin cooptar la verdad ni perseguir la disidencia.
Conclusión: el relato no puede ser dueño de la verdad
La llamada “batalla cultural” del kirchnerismo no fue una cruzada por la diversidad de voces, sino un intento de imponer un pensamiento único, basado en la victimización, el revisionismo histórico y la demonización del adversario político. En lugar de fomentar el pensamiento crítico, se construyó una maquinaria propagandística financiada con fondos públicos.
Con la llegada de Javier Milei, Argentina comienza a transitar un camino de desmonopolización ideológica. Un camino que, si se mantiene firme, puede devolver a la prensa el lugar que le corresponde: el de ser contrapeso del poder, no su vocero.
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